No hay más responsable de la continuidad del PP en el gobierno durante un largo futuro que la mala gestión de los resultados electorales realizada por Podemos y el PSOE. Con las elecciones de diciembre de 2015 se abrió una oportunidad de oro para producir un cambio en el gobierno del estado, pero las apuestas tácticas realizadas por las izquierdas no convergieron para hacer de esa posibilidad una realidad inmediata.
El PSOE, asustado por la emergencia de Podemos, acostumbrado a jugar en la izquierda sin rivales, estuvo más preocupado de bloquear un acuerdo con Podemos que de buscar un entendimiento que permitiese iniciar un nuevo ciclo político en el país. Se enrocó en una propuesta que no tenía recorrido, pactando con Ciudadanos una investidura imposible. Sonaba más bien a una puesta en escena de una alternativa irreal, que a un interés serio por construir una opción de gobierno de cambio. El PSOE usó esa simulación para arremeter contra Podemos en vez de para garantizar la salida del PP del gobierno. Un error táctico que ha tenido consecuencias estratégicas demoledoras para el propio PSOE, y ha favorecido el manteniendo del gobierno de los populares, seguro en la próxima legislatura, y probable en alguna más. Tras las elecciones de julio las opciones se habían reducido considerablemente. El PSOE estaba más debilitado y su dirección crecientemente cuestionada, de tal modo que en estos últimos meses las opciones de un gobierno alternativo se habían reducido de forma muy considerable.
Por su lado, Podemos también gestionó mal los resultados de diciembre. Estuvo más preocupado de su rivalidad con el PSOE, de la disputa de ese espacio, que de plantear un gobierno que permitiera sacar al PP del poder. Un error táctico muy grave que también ha tenido consecuencias estratégicas para Podemos y para el conjunto de la izquierda. La puesta en escena realizada por la dirección del partido repartiendo los ministerios y siendo muy beligerantemente anti PSOE, fue una declaración de intenciones que ponía de manifiesto que no se contemplaba un acuerdo real de gobierno. El argumento para no buscar a toda costa un acuerdo con el PSOE fue que no bastaba con desalojar al PP, sino que también había que terminar con sus políticas. Y pareciendo razonable esa posición, sin embargo, lo urgente en aquel momento era, precisamente, desalojar al PP, porque de lo contrario no se podría expulsar al PP ni a sus políticas, sino que la falta de acuerdo terminaría fortaleciendo al PP, y hoy sabemos ya que a garantizarle por unos cuantos años el monopolio del poder político. (Sobre esto escribí en el mes de marzo).
Ahora todo terminará girando definitivamente hacia la derecha. El ciclo electoral que viene de los países europeos parece que reforzará a las fuerzas derechistas, cualquiera de los candidatos que gane la Casa Blanca en noviembre lo hará con políticas derechistas, y España que podía haber sido una excepción en sentido opuesto se mantendrá en esa misma ola. Una vez proclamado el nuevo gobierno se recomenzará con los nuevos recortes de gasto público, con el problema catalán empantanado, con las legislaciones regresivas en el plano social y de las libertades y con la insufrible y tendenciosa TVE promoviendo ideología conservadora a troche y moche.