Nuestra dignidad no admite recortes. Asun Frías Huerta.


Habían tocado en la puerta del local social cien veces y nadie les abría. El malestar crecía pero ni la lluvia, ni el viento, ni la impuntualidad de los repartidores de alimentos eran motivos suficientes para marcharse a casa sin nada. La necesidad de darle de comer a la prole y la visualización de las despensas vacías eran razones muy poderosas para permanecer enchumbándose bajo la calurosa tormenta de aquel otoño subtropical. Mientras unas discutían sobre quién había llegado primero, otras intentaban pasar desapercibidas. Any era una de las que no levantaba la mirada del suelo, avergonzada. Sentía vergüenza por no tener dinero, porque la obligaran a acudir a la beneficencia y porque todo el barrio tuviera que enterarse. Se culpabilizaba por aquel fastidioso reuma que ya no permitía que la explotaran durante doce horas diarias. Nadie había cotizado por su trabajo y en el consultorio médico le habían dicho que, para poder atenderla, tenía que arreglar antes unos papeles. Hacía más de un mes que esperaba a que la asesorasen en los servicios sociales pero las pocas trabajadoras que quedaban allí no daban avío, dado que sus otras compañeras llevaban mucho tiempo de baja y no eran sustituidas.

Con la crisis mundial, estaba justificado que se recortasen la mayoría de los servicios públicos y las escasas políticas redistributivas existentes en aquel país. Pero la tijera no se utilizaba para reducir los beneficios de los bancos ni multinacionales foráneas, ni los sueldos de los mandatarios locales. En aquella atrasada organización social, triunfaban quienes tenían mucho dinero y eran capaces de permanecer ingresando lo máximo con la mínima inversión, por encima de todo. Incluso a costa de cobrarse la dignidad y la vida de miles de personas como Any.

En la otra esquina de la calle, otra mujer sentía vergüenza por ser concejala del municipio en el que aquello sucedía. Después de preguntar a varias vecinas, previó que el reparto se realizaría sin criterio ético ni profesional alguno. Pudo confirmarlo, tras más de una hora de espera colectiva, cuando llegó el presidente de la asociación con las cajas de alimentos y el gran grupo se agolpó a su alrededor, compitiendo por conseguir algo, como cuando tiraban comida de los aviones en las campañas de emergencia internacional.

Esta historia real tuvo lugar hace unas semanas en Añaza y es sólo un botón de muestra del avance de las políticas neoconservadoras y clientelares en Canarias. Con semejante panorama, seguimos exigiendo el derecho a unos servicios públicos de calidad y a unas políticas reales de redistribución de la riqueza. Nuestra dignidad no admite más recortes.

*CONCEJALA DE SÍ SE PUEDE EN EL AYUNTAMIENTO DE SANTA CRUZ DE TENERIFE

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