La serie de moda y el sueño de la razón. Rubens Ascanio

La serie Adolescencia me tocó la fibra, lo reconozco. Además del nivel actoral y técnico es simplemente espectacular, pero además habla de una realidad que está ahí, que se vive en muchas casas. La otra noche mi hijo de catorce años me decía que estaba preocupado, que cada vez que hablan en clase de migrantes, del feminismo, de Trump, del franquismo, las voces que dominan son cada vez más cavernarias. Forma parte de la generación que retrata la serie de Netflix. Una que no lee tanto como debiera, que ya casi no ve la tele, que no se informa escuchando la radio o leyendo un periódico, que ven poco cine y pocas series, que su prensa informativa son vídeos cortos de tik tok, Instagram y YouTube. Allí el bombardeo de contenidos cargados de machismo, de frustración, de odio, conspiracionismo y prejuicios raciales son una abrumadora mayoría. Les salen una y otra vez, principalmente tíos con graves problemas de autoestima, con mucho músculo y poca neurona, vendiendo historias con olor a rancio, de “machos alfa” que buscan mujeres sumisas «de valor», o lo bueno que es Trump o Milei, lo malo que es pagar impuestos o que el cambio climático no existe. Para ellos, el resto, que deseamos avanzar como sociedad, justicia e igualdad, que no soñamos con tener un “lambo” o un avión privado, somos “woke” o “zurdos”.

Me preocupa esa sensación que tiene de que todos piensan igual. El griterío facha se impone frente al silencio de la mayoría. Y es cierto, muchas familias enseñamos en casa, a respetar y escuchar, a no imponer, creemos en una forma de convivencia que es más que cuestionada por el otro lado. En los colegios e institutos ya domina el miedo de muchos profes a decir algo incómodo o tratar un tema que pueda provocar que vengan papis enfadados. Si se habla de interculturalidad, de derechos LGBTI o de feminismo, es fácil acabar crucificado. Es como si viviéramos en una realidad donde se debe respetar tanto al que cree que los derechos humanos, como el que no, como si ser racista o machista debiera ser respetado, cuando eso sencillamente es entregarse al fascismo. Como padre he avisado. He pedido que se tomen medidas, que se trabajen más los valores universalmente reconocidos frente al supremacismo, aunque sé que es difícil cuando te sientes sobrepasado.

Mi hijo me pidió que hiciera la prueba de buscar contenidos sobre ciertos temas en YouTube. La cantidad de vídeos escorados a la extrema derecha fue abrumadora. Al otro lado estaban un puñado que trataban de mantener un equilibrio y una posición más o menos neutra, y contados con los dedos de media mano los que claramente se manifestaban en un sentido progresista de la realidad. También sabemos que ahí está el señor algoritmo, diseñados por empresas de trillonarios, que sin duda se siente muy cómodos con esos contenidos, que suelen acompañarse de odas al ultraliberalismo. El algoritmo no tiene nada de neutral. Está pensado para engancharte, así que, si te paras más de un segundo a ver un contenido, o pones me gusta, vas a querer el mismo mensaje a paladas. Es una forma 2.0 de meterte en la secta, más y más hondo en el foso de la intolerancia.

Si desde los espacios de poder más o menos progresistas. Si desde la comunidad científica, los colectivos y entidades que defienden la justicia social, la acogida, el respeto a la diversidad… no nos organizamos, el daño sobre varias generaciones presentes y futuras será difícil de remediar.

La serie Adolescencia no retrata una exageración. Plasma el efecto de las redes sociales en una etapa donde todo es frágil y donde buscas encajar. Es la imagen de una sociedad que educa a sus hijos en las pantallas y que permite que auténticos fascistas les trasmitan todas sus frustraciones e inseguridades, en especial a los chicos más jóvenes, en forma de odio desatado, donde eres como ellos o serás un “incel”. Pensar que sus argumentos infantiles y burdos caerán por su propio peso es engañarse, están aquí, tienen mucho apoyo económico y cada vez logran mayores grietas por las que colarse. Si no ponemos remedio, si solo respondemos a los cañonazos con amapolas, el futuro puede ser peor de lo que pensamos. La guerra cultural está desatada y hay que destinar recursos e ingenio, además de tener la valentía de alzar la voz y callar a los fascistas. Si las personas progresistas dormimos, la noche será larga. Ya lo avisó Goya, el sueño de la razón produce monstruos.

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