El nuevo municipalismo en la encrucijada: saliendo de las zonas de confort de la izquierda (Reflexiones tras Fearless Cities). Juan Manuel Brito

Del 9 al 11 de junio se celebró en Barcelona el Encuentro internacional Fearless Cities/Ciudades sin miedo, que reunió a más de 700 personas, en su mayoría activistas sociales y políticos, provenientes de 180 ciudades de 4 continentes.

El encuentro fue un espacio de intercambio de experiencias y de reflexión de ideas, sobre el papel del municipalismo ante los retos de la sociedad global. En Barcelona se visibilizó el papel creciente que las ciudades pueden jugar como espacios de resistencia, pero también como laboratorios de innovación política que permitan una redefinición de la democracia. La pancarta que se exhibió al final del acto inaugural con el lema “Trump! The planet first” conectó el evento con la respuesta coordinada de ciudades de todo el mundo contra el anuncio del presidente norteamericano de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París. Una muestra más de cómo las ciudades se vienen presentando como actrices relevantes de las nuevas dinámicas globales, con niveles de autonomía y capacidad de incidencia creciente. Tomando conciencia del alcance cada vez mayor de este nuevo escenario, las nuevas redes municipalistas se proyectan como iniciativas de resistencia, que implican una acción colectiva que contribuye a redefinir la política y reinventar la democracia. A través de la conquista de soberanías cotidianas conectadas a los valores de libertad, igualdad, cooperación y tolerancia los gobiernos del cambio municipalistas tienen como objetivo recuperar unas ciudades que se han ido haciendo gradualmente más excluyentes, como consecuencia de la especulación urbanística y las políticas de recorte al calor de la crisis socioeconómica de los últimos años. Las resistencias activas locales son respuestas a los desafíos de la sociedad global desde la construcción de territorios abiertos, acogedores y solidarios, mediante un tipo de acción local que no es localista, ya que como certeramente afirmó Joan Subirats en su intervención en el encuentro, el nuevo municipalismo va más allá de sus competencias para dar respuesta a lo que nos afecta. Y lo que nos afecta es, fundamentalmente, global.

El concepto de nueva política, en muchas ocasiones, se ha convertido en un eslogan de moda o una marca que ha terminado adaptándose a las dinámicas de la política convencional. De hecho, no todas las iniciativas locales forman parte del nuevo municipalismo. Por más que algunas estrategias de comunicación partidistas intenten vender otra cosa, algunas se han convertido en marcas blancas de grupos específicos y no en expresión de movimientos ciudadanos. Pero quienes participamos en Barcelona a comienzos de junio pudimos aprehender de un campo amplio de experiencias, que las iniciativas que allí estaban presentes -más allá de los éxitos y fracasos conseguidos en estos dos años- se situaban en la perspectiva de construir nuevos parámetros políticos-ideológicos. Distanciándose de las dinámicas que han definido la práctica política estándar -vinculadas a la gestión y la conservación del poder, con sus objetivos de corto y medio alcance-, se proyectaron unas prácticas y unas reflexiones políticas conectadas a los problemas de la mayoría social, con miradas de largo recorrido, de profundización democrática.

Las experiencias que se están dando en muchas localidades de Cataluña (con la experiencia de els comuns, pero también en el ámbito de las CUP) o de Galicia (con En Marea), o en ciudades como Madrid (con Ahora Madrid) o Zaragoza (Zaragoza en común), por poner algunos ejemplos del estado español, presentan diferencias propias de los diversos contextos en los que se desenvuelven cada una de esas iniciativas municipalistas. Pero también comparten -y esto es lo que hace que el nuevo municipalismo sea una referencia política de enorme interés más allá de lo local- unas formas de entender la acción política que se distancian o problematizan con las políticas convencionales. Aunque todas tienen como objetivo su solvencia en la gestión como gobierno local, y pretenden mantenerse en el poder institucional, desarrollan una práctica poco conformista. Representantes públicos escasamente adaptados a las visiones y prácticas institucionalizadas, sin miedo y con propuestas arriesgadas, que buscan soluciones creativas más allá de sus limitadas competencias administrativas, propician que en muchos de esos ayuntamientos las políticas desarrolladas dejen de ir por detrás de los cambios en las mentalidades, para ser políticas que promueven y potencian nuevos actores y nuevas demandas de cambio en el ámbito de la sociedad.

Los y las representantes en los ayuntamientos del cambio no son profesionales de la política, entendiendo como tales a personas que se dedican a la política institucional plenamente integradas en las lógicas de poder que han definido la política institucional. Se trata de activistas sociales o personas del ámbito académico comprometidas socialmente, haciendo política institucional y reflexionando sobre los límites y los problemas de las situaciones a las que se enfrentan. De ahí que las preocupaciones surjan de una lógica proveniente de la esfera social o cultural, de los movimientos sociales, de la política contenciosa y, por tanto, de la crítica al clientelismo y al nefasto papel desempeñado por los partidos políticos tradicionales en su relación con los actores sociales.

Precisamente, una preocupación que está muy presente es la de evitar constituir las instituciones como espacios cerrados a la ciudadanía que se alcen por encima de la sociedad. El concepto de lo común o el de los bienes comunes, más allá de problemas de conceptualización o definición (Rendueles y Subirats, 2016) sirven como medio para generar una idea de lo público que vaya más allá de lo institucional. El objetivo es generar espacios intermedios que refuerzan el sentido de pertenencia a una comunidad que asume que tiene capacidad colectiva para dar respuesta a los problemas que le afectan. Se trata, entonces, de huir de la idea de una institucionalidad paternalista. Como claramente expresó Gala Pin, Concejala de Participación Ciudadana del Ayuntamiento de Barcelona, se llegó a las instituciones “para representar pero no para sustituir. Y en ese sentido, es necesario pensar otras formas de hacer política, gobernando conjuntamente con la ciudadanía, y eso dentro de la institución tiene límites y dificultades también”. Pero, sin duda, esta idea de lo común contribuye a generar dinámicas que dificultan que la institución se afiance como una esfera por encima de la sociedad.

Después de dos años de entrar en las instituciones municipales -en muchos ayuntamientos gobernando- la cuestión que se plantea es cómo hacer para dar continuidad al ciclo largo de cambio, que se inició con el ciclo de protesta (2011-2014), y que tuvo su continuidad en el ciclo municipalista en el que estamos inmersos (2015-2019). Si durante el ciclo de protesta se tomó conciencia de los límites de la movilización social y de la necesidad de propiciar una alteración de la configuración del sistema de partidos, estos dos años de participación política en gobiernos municipalistas han servido para entender los límites de una actividad ceñida exclusivamente al ámbito institucional. El punto de partida es, por tanto, que el cambio político es algo mucho más profundo que el cambio electoral con las fuerzas de gobierno que hoy conocemos. Nos encontramos ante un proceso de cambio político, que debe tener continuidad y avanzar, para no ver frustradas las demandas de cambio de una parte importante de la ciudadanía. Y para ello es necesario desarrollar una acción política transfronteriza y rizomática: al mismo tiempo ciudadana-popular que institucional-gubernamental. Sin subordinaciones ni jerarquías. Que será autónoma pero que tendrá también que ser cooperativa. Supone, también, experimentar mediante la generación de espacios que se alejen de la tradicional visión dicotómica de entender la política, para moverse en los bordes. Sabiendo que esta compleja dinámica simultánea es la mejor manera de propiciar contradicciones en los grupos dominantes y generar nuevos impulsos de cambio, no podemos obviar que también puede generar tensiones entre ambas esferas. Socializar las instituciones públicas implica iniciar una etapa de experimentalismo democrático no solo en el nuevo municipalismo sino también en los movimientos sociales, no exenta de fricciones y problemas.

Por ello mismo este proceso va mucho más allá de la consigna simplista de “con un pie en las instituciones y miles en las calles”. Exige abrir una reflexión sobre cómo combinar dinámicas políticas que son de naturaleza distinta, en ocasiones incluso antagónicas pero que, al mismo tiempo, tienen que complementarse para dar continuidad al cambio político y social. Y no es fácil ni sencillo. Conviene, en primer lugar, identificar claramente los límites y los problemas desde cada uno de los campos, y poner sobre la mesa las nuevas fricciones que implica gobernar una institución, al tiempo que se pretende favorecer el protagonismo social y la cogestión de las políticas públicas. Se hace necesario agudizar la visión crítica en una doble dirección: sobre la política convencional, y sus tendencias (verticales, conservadoras, utilitaristas…) vinculadas a la gestión del poder, pero también sobre la política contenciosa, ya que los movimientos sociales no pueden actuar como si el escenario fuese el mismo que el del cierre institucional.

Una reflexión muy certera en el encuentro de Fearless Cities/Ciudades sin miedo fue la de Mariano Fernández, concejal de Marea Atlántica en A Corunha, que expresó cómo las estructuras de organización y las dinámicas de participación que se traían de los movimientos sociales y las nuevas redes de protesta sirvieron para llegar a las instituciones, y añadió que en este tiempo se había tomado conciencia que no son las más adecuadas para garantizar la continuidad del cambio. La nueva situación creada nos obliga a repensar también las estructuras de organización, las dinámicas de movilización y participación, los mecanismos de toma de decisión, etc. No basta con definirse como movimiento o marea, hay que dar respuesta a las contradictorias situaciones a las que se enfrenta un proyecto político que pretende gobernar solventemente las instituciones pensando en la mayoría social, es decir, con capacidad para dar respuestas concretas de corto-medio plazo ante la agenda neoliberal, al tiempo que quiere ser capaz de retroalimentar el protagonismo social pero sin convertirlo en la clásica red de apoyo clientelar, o sea, garantizando la autonomía frente al poder institucional.

Todas estas cuestiones que vienen apareciendo en la dinámica del nuevo municipalismo suponen un cuestionamiento de aspectos que vinieron definiendo a la izquierda como alternativa política e ideológica desde finales del siglo XIX hasta el inicio de su lento declive desde finales del siglo XX. El nuevo municipalismo y su nueva política no parecen ser una nueva nueva izquierda del siglo XXI. Aunque ser de izquierdas siga formando parte de la identidad política de muchas de las personas que participan en el nuevo municipalismo, y el concepto de izquierda siga siendo útil para contraponer estas políticas a las medidas neoliberales y neoconservadoras dominantes, el horizonte del nuevo municipalismo apunta hacia una nueva identidad y unas nuevas funciones para una comunidad distinta a la que tradicionalmente fue la izquierda política y social. Más transversal, más pluralista, menos dogmático y sectario, no prefigura el cambio político y social a partir de concepciones ideológicas cerradas y simplificadoras. Tampoco el camino colectivo que lo puede hacer posible. Caren Tepp, concejala de Ciudad Futura en el Ayuntamiento de Rosario (Argentina) lo remarcó firmemente en su intervención, recogiendo una idea de E. P. Thompson, cuando defendió un municipalismo que se construyese como territorios experimentales en los que prefigurar la sociedad del futuro. Este nuevo municipalismo se nos presenta así como una oportunidad para constituir una identidad propia suficiente y reconocida, que necesariamente, como expresó Jorge Sharp, alcalde de Valparaíso (Chile), salga de las zonas de confort de la izquierda, y de paso a proyectos políticos de base profundamente democrática que incorporen valores críticos en los más diversos frentes como base para una nueva subjetividad de cambio social y político.

En este proceso también hay obstáculos. La innovación política y experimentalismo democrático, se ven amenazados por varios factores en distintas escalas. Señalemos, de entrada, dos cuestiones que se aprecian muy claramente, aunque seguro que hay algunas más. En primer lugar, como ha analizado en profundidad Saskia Sassen, nos encontramos con que  lo que se está produciendo a escala global es una multiplicación de actores subnacionales y de procesos transfronterizos que generan cambios en el alcance, la exclusividad y la competencia de los gobiernos de ámbito estatal, otorgando un mayor protagonismo a las ciudades. Gerardo Pisarello, alcalde accidental de Barcelona, lo escribía recientemente de manera clara: “Son las grandes ciudades, las regiones metropolitanas, quienes tendrán que lidiar en primera línea con fenómenos globales como la revolución tecnológica, el cambio climático, las desigualdades o la especulación urbana”. La implantación de los procesos globales en los espacios urbanos, implican una fuerte ofensiva de financiarización y una nueva etapa de colonización del territorio que da lugar a nuevas polarizaciones y, por tanto, a nuevas formas de pobreza y marginalidad en las ciudades. Un segundo obstáculo es la presión de los poderes tradicionales que quieren dar por finalizado el largo ciclo de cambio y desalojar a los gobiernos del nuevo municipalismo. Día tras día los gobiernos del cambio, se enfrentan a las limitaciones de la Ley Montoro, y a los ataques anticonstitucionales del gobierno central a la autonomía de sus municipios. Lejos de estar ante un nuevo proceso constituyente democratizador, a lo que asistimos es a una tendencia deconstituyente en la que los poderes desregulados y salvajes se imponen, y son los poderes del gobierno los que promueven lo que Luigi Ferrajoli ha descrito como una “deformación constitucional”. La deriva autoritaria del gobierno central se ha visto disminuida por la situación en minoría del PP, pero la permanencia del techo de gasto y la Ley Montoro, la instrumentalización partidista de la fiscalía y del Tribunal Constitucional, la judicialización del derecho a decidir en Cataluña o  los decretazos son síntomas de la debilidad democrática en la que nos encontramos.

En otro plano están los obstáculos internos, ya que también son una amenaza para este proceso quienes puedan pretender cooptar a los nuevos sujetos políticos que se han constituido en este tiempo, poniendo por delante intereses partidistas, y atravesando dinámicas que se impongan desde arriba, en una lógica más macro, que entienda de manera subalterna estos procesos que parten de lo micro. Como muy certeramente señala Joan Subirats en su libro El poder de lo próximo. Las virtudes del municipalismo, “los estados siguen siendo importantes, y no es lo mismo estar en uno que en otro, disponer de uno o depender de otro. Pero, por debajo de la tradicional retórica estatal, lo que seguro que necesitamos son soberanías de proximidad”. En este sentido, fue clarificadora la tenaz intervención de Iago Martínez, jefe de Gabinete de la Alcaldía del Ayuntamiento de A Corunha, reafirmando la proximidad como una conquista, y llamando a que “no abandonemos nunca la trinchera de la proximidad. Porque, a lo mejor, si nos damos la vuelta ya no está allí”.

El nuevo municipalismo tiene el reto desde este momento y en los próximos dos años de promover un nuevo impulso que ayude a dar continuidad al largo ciclo de cambio político, como base para trasladar ideas y experiencias a niveles institucionales más amplios. Algo que se presenta difícil y complejo. Construir un proceso de cambio profundo de abajo hacia arriba tiene unos ritmos muy distintos a los tiempos políticos electorales, y eso constituye un elemento ciertamente problemático cuando las perspectivas y las prioridades de los distintos niveles de actuación política se atraviesan. Como también son una dificultad las urgencias cotidianas de la gestión municipal. Uno de los éxitos de los gobiernos del cambio ha sido demostrar que son solventes gestionando los asuntos públicos: aplicando medidas financieras y económicas que, por ejemplo, disminuyan la deuda de sus ayuntamientos sin que suponga una merma de su capacidad de respuesta a corto y medio plazo a la agenda neoliberal, recuperando servicios privatizados, generando inversión en nuevos sectores productivos… Pero sabemos también que es necesaria una redefinición de las administraciones si queremos que se acoplen a las nuevas dinámicas políticas que se pretenden generar. Porque se trata de ir más allá, se trata de socializar lo público, de socializar el poder para dar paso a una nueva institucionalidad de lo común que, en palabras de Joan Subirats, “nos permita ir más allá del clásico dilema entre Estado y mercado”.

Después de dos años agotadores y vertiginosos, en el ecuador del mandato electoral, y a dos años de enfrentarse a unas elecciones municipales que puedan servir de base y referencia de un cambio político más amplio, Fearless Cities/Ciudades sin miedo fue una necesaria y estimulante parada para aparcar por unos días las urgencias y reflexionar sobre lo importante. Nos encontramos en un momento de encrucijada, en el que si queremos dar continuidad al ciclo de cambio político es necesario situar claramente los interrogantes, y en las respuestas alejarse de las recetas tradicionales. La innovación política y el experimentalismo democrático del nuevo municipalismo y los movimientos sociales implican un enorme potencial para orientar los caminos a seguir. Ahora toca llevar a cada territorio las reflexiones, dar a conocer los éxitos y los fracasos, autoevaluar las experiencias de gobierno y/o de oposición, repensar las dinámicas de los movimientos sociales e iniciar en cada contexto los procesos necesarios para canalizar las demandas, combatir los obstáculos y superar los límites. El nuevo municipalismo se ha convertido en una suma de experiencias que más allá de su ámbito local, nos ofrece la posibilidad de encontrar caminos más amplios, no sólo desde la imaginación de otros futuros posibles, sino también desde la práctica política creativa y cotidiana como medio para redefinir los parámetros sobre los que hacer avanzar las posibilidades de cambio democrático en los próximos años. Porque, parafraseando a David Harvey, es en los procesos arraigados en cada territorio, donde se encuentra la potencialidad de coordinación de fuerzas diferentes que tienen como objetivo común la politización global de la cotidianeidad.

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