La gran borrachera del 23 de febrero de 1981. Domingo Garí

No sé cómo serán ahora los mandos militares ni, por extensión, los de la guardia civil, pero por mi contacto con ellos en 1980, cuando me tocó ir a la caja de reclutas, salí de allí con la idea de que aquella gente bebía sin medida. Desde primera hora de la mañana exhalaban aromas a brandy o similares. Como los coches de gasoil de antes, arrancaban a ralentí y comenzaban a funcionar tras los primeros tragos.

Aquella impresión se me quedó grabada y, después, ocasionalmente, cuando he tenido contacto de algún tipo, no ha hecho sino reafirmarse. Y, ahora, que estamos a las puertas del 43 aniversario del golpe de estado del 23 de febrero de 1981, leo un nuevo libro recién salido que indaga un poco más a fondo sobre lo que sucedió ese día.

El dispendio que los golpistas hicieron en el bar del Congreso de los Diputados aquella noche fue notable. Carlos Fonseca nos desvela, en su flamante libro, que el consumo de alcohol y viandas ascendió a las 200.021 pesetas. Tejero y compañía se bebieron como cosacos lo siguiente: 4 botellas de champagne Möet Chandon, 9 botellas de champán Nec Plus Ultra, 6 de Codorniú Extra, 4 botellas de whisky Chivas, algunas de brandy Fundador, Lepanto y Torres, así como otras de ginebra Gordon´s, Beefeater, Larios y MG, además de ron y vodka. Lo acompañaron con 16 barras de chorizo, 14 latas de espárragos, 23 tarrinas de ahumados variados, 26 kilos de naranja y 22 paquetes de pan de molde. En tabaco consumieron 58.400 pesetas.

Armados con esa gasolina se da un golpe de estado y lo que haga falta. Luego, a la mañana siguiente, igual ya no se acordaban muy bien de lo que habían hecho y, así, algunos declararon en el juicio que otro les obligó a meterse en esa fiesta sin saberlo. De lo que único que se acuerdan es de que estuvieron rezando toda la noche, dicen ante el juez. Porque los asaltantes del congreso eran muy católicos, apostólicos y romanos.

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