Lucio. José Manuel Hernández
Para encontrar al hombre que nos robaron, a las ideas que silenciaron, a las sonrisas que borraron, a las lágrimas que secaron. Tengo que escribirlo clarito para cerrar esta puerta y abrir otra donde entren de nuevo los sollozos, las palabras convencidas, la mano tendida, la solidaridad hecha carne. Para que quien lea esto y no lo sepa, pues que se entere y se lo diga a otros y esos otros a los demás y así no seguir olvidando.
A Lucio Illada Quintero lo asesinaron los militares fascistas. Un cura cómplice quiso darle el último responso. Un militar presidía el Consejo de Guerra. Un militar lo juzgó y lo condenó. Un militar firmó la sentencia de muerte. Un militar ordenó disparar, en la Batería de Barranco del Hierro, a los militares que formaban el piquete.
Lucio era paisano mío. Nació, vivió y luchó en mi pueblo. Lucio es parte de mi sangre, porque paseó las mismas calles que yo y olió el mismo aroma a tierra mojada, a aire fresco que se queda después de las primeras lluvias de octubre en este Valle de la panza-burro.
El 12 de enero de 1940, un día antes de su asesinato, Lucio le escribió a sus hermanos la última carta. Con buena caligrafía, sin que le temblara el pulso, orgulloso de sus convicciones y sus actos, les dijo que ese era su adiós, que su final era otro eslabón de una cadena que arrastraba vidas irremediablemente.”Y que cada vida que se va, sirva para afianzar la de los que restan”.
Yo, en este inicio del siglo veintiuno, me declaro hermano de Lucio. Su vida sirvió para afianzar la mía.
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