Salir de la náusea (3). Joaquín Sagaseta.

Así comienza Marx esa obra inigualable de la concepción materialista de la historia, el 18 Brumario De Luis Bonaparte. Quien nos ha conducido a la cita, D. Alfredo Perez Rubalcaba, no parece que tenga paralelo con los personajes a que se refiere Marx, con Napoleón 1º y con Napoleón 3º, el chico, le llamaba Víctor Hugo. Comparte con el chico el lado de la farsa, pero falta el referente de la tragedia.

En nuestro caso, el héroe de la farsa no tiene precedente que merezca una ópera. Realmente se sentiría uno mucho más a gusto si se pudiera decir que primero fue la farsa y la farsa fue también lo segundo.

Ciertamente el movimiento socialista, en su acepción mas amplia, tiene una historia grande, con sus miserias, pero la más grande: la lucha porque las sociedades puedan decidir lo que se produce y cómo se produce, contra las desigualdades y por la protección social, por el sufragio universal, por el trabajo con derechos, contra el fascismo y por las libertades … No hay logro social y democrático que no venga asociado a ese movimiento.

Si por fin el manto imperial cae sobre los hombros de Luis Bonaparte, la estatua de bronce de Napoleon se vendrá a tierra desde lo alto de la columna de Vendome. El socialismo de Rubalcaba hace mucho que viene derribando sus estatuas, y hace bien poco, de puño y letra, inscribió en la Constitución la regla de oro de la demolición definitiva.

A Rubalcaba le pasa lo que le sucedía a aquel personaje de Malraux, que se vistiera como se vistiera siempre parecía que iba disfrazado. Desde el primer día en que se inició, allá por los años ochenta, el periodo de reacción contra el estado del bienestar, Rubalcaba ha estado en todo: ¿que dimensión del estado social no ha sido violentamente amputada?,¿El derecho al trabajo y los derechos laborales individuales y colectivos? ¿Las pensiones y la protección social?,¿La fiscalidad progresiva? ¿La redistribución de la riqueza? ¿La protección medioambiental? ¿Quien puede ahora creerle?

A la farsa sucede la farsa, pero no falta el drama. Durante mucho tiempo en la conciencia de buena parte de la clase obrera, de los trabajadores en general, del mundo de la cultura y de la intelectualidad democrática y desde luego en amplios círculos de la militancia socialista –el partido socialista es más que la socialdemocracia de derecha que lo domina- se han venido ligando los anhelos de progreso social y democrático al PSOE. En la inconsistencia de esa falsa representación está la clave determinante de la encrucijada en que se encuentra la izquierda cuya gravedad es imposible minimizar.

Al unir su suerte al liberalismo, la socialdemocracia, al tiempo que lo legitimaba, se negaba a sí misma. Solo que la crisis global del sistema no deja margen para las políticas socialdemócratas de derecha. Los ropajes venerables de las viejas ideas ya no dan para encubrir la farsa. La crisis lo simplifica y antagoniza todo, extrema la explotación del trabajo asalariado, despoja de derechos sociales que operaban como conquistas intangibles, condena a la exclusión social a millones de jóvenes, arruina a las clases medias, deshace la llamada aristocracia obrera. No es casual que hasta hayan desaparecido, como por encanto, las apelaciones a las políticas de centro.

La acentuación brusca de las políticas antisociales en los últimos años no ha respondido a simples errores de elección, ha sido la resultante de la penetración profunda de ramificaciones del mundo financiero y del gran capital en las áreas de decisión de la socialdemocracia. La tendencia socialista de derecha en una lógica inexorable en que una abdicación conduce a la otra ha terminado fusionada a fracciones del gran capital, compartiendo intereses y asientos en sus consejos de administración. El resto vino por añadidura.

Rubalcaba, como por lo común los personajes principales de este genero chico, es de fácil volatilidad. Sin solución de continuidad pasa de la letanía de la resignación ante la bíblica desgracia de la desconfianza de los mercados, a himnos de alegría. Asegura, sin reírse, que no tardará en hacer lo que antes no hizo. Se despide con un volveré pero, al tiempo, deja fortalecido el rumbo para nuevos y decisivos golpes al estado social. Reviste con blasones de exigencia constitucional los paradigmas liberales sobre el déficit y habilita, en los infiernos, hospedajes de larga duración para los trabajadores prisioneros de la contratación temporal.

Todo indica, sin embargo, que nuestro protagonista no volverá. Por lo que el mismo hizo y por lo que dejó de hacer. A quien se espera, si la izquierda real no la detiene, es a las derechas y a su cuatrienio negro.

El previsible triunfo del PP sería más que un cambio de gobierno. No es que la derecha vaya a realizar políticas que el PSOE todavía no ha hecho, que así sera, pero que la social democracia de derecha también haría llegado el caso. No es eso, es algo peor.

El cuatrienio negro traído de la mano por los gobiernos socialistas galvanizará a la derecha más extrema, su onda expansiva reaccionaria se expresará en el conjunto de los ámbitos de la sociedad, en la dinámica real de las relaciones sociales, en el mundo de las empresas, en la corrupción y la impunidad, en la judicatura, en los medios de información de masas, en la persecución de la disidencia, en las esferas de la cultura, de la actividad sindical y del derecho de huelga, en la igualdad de sexos, en la destrucción medioambiental, en los derechos civiles y políticos, en el laicismo,en el régimen de las autonomías y en los derechos de las nacionalidades. Propiciará su propio movimiento multiplicador como, en sentido inverso, las políticas de la socialdemocracia generaron su efecto depresor.

La izquierda, el campo de la democracia real, no tiene mayor obligación en nuestros días que evitar que esto pase. Y en todo caso disponerse para que si ocurre tropiece con la mayor resistencia.

Lo aparentemente paradójico es que se haya llegado a esta situación cuando estamos de lleno en el ojo del ciclón mas devastador de la crisis del capitalismo. La paradoja no comprende un misterio. En la bancarrota de la socialdemocracia, en la debilidad de la izquierda para disociarse como tal de la socialdemocracia y alzarse como alternativa pegada a las contradicciones reales está el secreto.

Las contradicciones en las relaciones sociales no se desenvuelven mecánicamente como en la dialéctica de la naturaleza. El ser humano no solo consume, sino que produce, adquiere por tanto una idea del mundo exterior mediada por las ideas dominantes. Interviene lo subjetivo, la voluntad y por ello la ideología y la política que la conforman. La crisis podrá cambiar la idea hecha de las relaciones recíprocas entre los seres humanos, pero ello no basta para movilizarse. Por putrefacta que esté esa realidad no se decidirá a su transformación sin alternativa creíble, nunca se prestará a aventuras que no estén vinculadas a la necesidad que ocupa el primer plano en el momento histórico concreto y para la que no existan los medios de hacerla posible. Marx advertía que cuando la idea se separa de la necesidad, la idea ha quedado en ridículo.

Esta crisis, como se ha dicho, ha polarizado la sociedad. Con independencia de la conciencia que de ello tengan las clases, capas y grupos sociales afectados, existen en la objetividad condiciones para que cristalice un bloque histórico, social y político, frente a la minoría oligárquica dominante.

Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino con aquellas circunstancias conque se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas. En este momento todas las terminales de los conflictos que cruzan de lado a lado el sistema confluyen en un punto critico de ruptura: la destrucción o la defensa del estado social. A esto se ha unido el sentimiento creciente de la necesidad de cerrar el paso a la derecha.

Lo que falta en el movimiento de izquierda es el factor subjetivo, la política y el instrumento proporcionado que haga consiente aquella realidad objetiva, que promueva articule y exprese el agrupamiento antioligárquico. Y eso se materializa , y solo puede materializarse, hoy por hoy, como un frente amplio democrático y de progreso asentado en la contradicción que pasa al primer plano: frenar a la derecha desde la defensa y profundización del estado social. Eso es posible y, sobre todo, es lo necesario para salir de la náusea.

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