Será demasiado tarde cuando vengan a por ti. Yaiza Afonso Higuera

Cuando leí 1984 y El cuento de la criada sentí la angustia de encontrar un mundo en el que las normas se imponen a los deseos y el orden está por encima de los derechos.

La base de estos relatos es la ley básica de las dictaduras; el poder sobre las personas y el adiós a la diversidad. En las novelas juegan construyendo un mundo homogéneo que prohíbe los sentimientos, el amor e incluso el sexo entendido como espacio de libertad y placer. Ofreciendo una sociedad pulcra, unicolor, burocrática, violenta, donde se mercantiliza a las mujeres, ya que su sometimiento y el control de la reproducción es clave para la continuidad del sistema.

Lo más duro de leer este tipo de distopías es darte cuenta de lo cerca que estamos de ellas. Ayer escuché en la radio que una encuesta revelaba que el 40 % de la población alemana consideraba que estaría mejor con un régimen autoritario.

Pero si hablamos de locura en directo podemos acercarnos a la «Tolerancia cero» propugnada por Trump en los últimos meses. Un entramado dirigido a frenar el camino de las familias que desean mejorar sus vidas cruzando fronteras, pisoteando el viaje épico que realiza tanta gente para poder dibujar algo de esperanza.

La historia podría comenzar a relatarse en una casa salvadoreña donde viven Juan, Margarita y su hijo Mateo. Ya habían hablado en muchas ocasiones sobre hacer el viaje, así lo llamaban mientras trataban de conciliar el sueño e interponer el cansancio al hambre. Salieron los tres de su país en mayo de 2018 rumbo al paraíso del plástico y la Coca-Cola. Lo hicieron sin documentos y en el techo de un tren de mercancías a una velocidad de vértigo. Margarita no cerró los ojos ni una vez, sabía que era la única forma de que los tres conservaran sus vidas. Nunca se habían parado a pensar en lo que pasó después, cuando al fin llegaron a la frontera. Mateo acabó en una jaula separado de ellos, siendo parte de uno de los 2.300 niños y niñas con futuro incierto, menores que probablemente no verán nunca más a sus familias.

En estos tiempos también hemos conocido la existencia de una caravana de unos 7.000 migrantes procedentes de Centroamérica que caminan hacia la frontera estadounidense. En la aduana se arman contra la pobreza, es legal utilizar la fuerza contra mujeres, hombres, niñas y niños. Los funcionarios admiten que utilizan el gas lacrimógeno como una “fuerza menos letal” para controlar a las masas, también se divisan soldados con fusiles de asalto.

– Pueden matarlos si es preciso, les indican desde El Pentágono.

Mientras, tenemos nuevos triunfos políticos que se acercan a estos escenarios de terror, ganó Bolsonaro en Brasil. Y lo hizo dando pautas sobre cómo proteger a la nación de la gente extranjera, proclamando que todas las mujeres son unas putas y que los homosexuales son enfermos que necesitan rehabilitación urgente.

Y es que la gente olvida pronto lo que dijo Bertold Brecht hace casi un siglo.

«Primero se llevaron a los judíos,
pero como yo no era judío, no me importó.
Después se llevaron a los comunistas,
pero como yo no era comunista, tampoco me importó.
Luego se llevaron a los obreros,
pero como yo no era obrero, tampoco me importó (…)».

Será demasiado tarde cuando vengan a por ti.

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