Cabezas de turco. Pedro Fernández Arcila

Estos jóvenes que arriesgaron su vida por un futuro mejor para su país habrán aprendido que las ansias de cambio solo pueden materializarse cuando detrás de estos deseos existe una organización potente capaz de soportar los embates de una sociedad en cambio y que la hiperactividad en el ciberespacio solo llega a un mundo de ficción. Ante el ascenso al poder de estos movimientos políticos religiosos, uno se pregunta sobre el papel que han tenido las potencias occidentales para permitir el protagonismo de quienes hasta ahora eran sus enemigos irreconciliables. Hassen Zenati nos ofrece algunas claves que nos ayudan a resolver esta ecuación. Este reputado analista nos recuerda que la primera visita que como presidente electo realizó Obama a un país musulmán fue a la Turquía del islamista Erdogan.

El país otomano representa para los intereses norteamericanos un lugar clave para su estrategia regional, y por ello cuenta con bases militares. Por estas razones la llegada al poder del Partido por la Justicia y el Desarrollo les inquietó pero, pasados los primeros titubeos, el presidente turco garantizó a Washington la relación de fidelidad que desde la Segunda Guerra Mundial mantiene su país con la primera potencia, dejando claro el líder de este partido religioso-político que en los intereses de EE.UU. no se entra. Por eso Hillary Clinton dijo, con indisimulada satisfacción, que esta fórmula de democracia e islamismo era un modelo a seguir. Por eso el líder del partido que ganó las elecciones en Túnez manifestó, a su regreso del exilio en mayo de este año, que la Turquía democrática era un ejemplo a seguir. Con este salvoconducto ganó las elecciones. Reflexionando sobre estos análisis y con la desconfianza que nos regalan los años, no se me aparta la idea de que quienes dirigen los hilos de este mundo utilizaron a los jóvenes tunecinos y egipcios como cabezas de turco para imponer una nueva fórmula en la que acabaran mandando aquellos que están solícitos en mantener una dominación sobre su pueblo, sin cuestionar los intereses extranjeros en la zona. Lo cierto es que el panorama que se comienza a configurar para Egipto, Túnez y más recientemente para Libia, con las armas, será la presencia de discursos religiosos en los atriles políticos que se combinará con una pragmática colaboración con las potencias occidentales. Si ello añadimos los gobiernos dóciles que existen en Irak y Afganistán y las excelentes relaciones que se mantienen con la península arábiga, el resultado da como claro ganador, en este alambicado proceso, a las potencias occidentales, que reeditan una nueva forma de control donde existen las mayores reservas de petróleo y donde la presencia de Israel lo condiciona todo.

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