La maldición del gomero. Paco Déniz.

Casi todos los canarios humildes que no han tenido otro remedio que dedicarse a la autoconstrucción o hacerse las obras pertinentes del chozo tienen esa maldición. Cierto que es una enredina tremenda, pero lo bien que se queda uno cuando termina. También he oído decir que los majoreros cuando terminan de hacer la casa se mueren; o sea, se pegan toda la vida trabajando en su casa. Sinceramente, quien eso afirma no ha descubierto el dulce guineo de una radial a lo lejos, el aroma de un piso nuevo fregado con aserrín y petróleo para que adquiera brillantez, textura y la verdadera cédula de habitabilidad. Sin pisar la facultad de Arquitectura, muchos canarios poseen la habilidad de construir casas o de ser un amañado. ¿Quién no ha echado un techo en estas islas, quién no ha subido un balde de mezcla, quién no ha servido de peón al maestro virguero que coloca los azulejos, quién no ha mirado atento el movimiento de la plomada, quién no ha comprobado la rigurosidad científica de los niveles con la manguera, quién? Eso no es una maldición, es casi casi una bendición. Conocimiento y destreza, un capital que te aporta satisfacción y dividendos. Yo tengo muchos amigos gomeros, muchos, no es broma. Son gente trabajadora, emprendedora, obstinada, individualista como todo el que procede del campo y sabe que nadie va a luchar por ti, incluso, durante una época estaba tan sorprendido con esta gente, que me difundí un lema: “Ponga un gomero en su vida”, porque, ¡oye!, hay que ver lo hacendosos que son, y lo orgullosos de sus costumbres. Son seres ajeitados. Y sólo discrepo con ellos en la autoría del potaje de berros. En fin, que yo diría que la única maldición que tienen los gomeros se llama Casimiro Curbelo. Esta mitad de copla la tengo patentada, pero la cedo gustosamente a quien se atreva a cantarla en cualquier barítimo de La Villa.

Lo sucedido en los madriles es cascarilla comparado con lo que el cacique Curbelo hace en su finca colombina. La gente que no es gomera se extraña de lo sucedido, pero el indígena sabe perfectamente que sólo es un ribete de su estilo caciquil y amedrentador. Lo que pasa es que mientras la gente crea que le debe la vida, nadie alzará su voz si quiere vivir en la isla. Seguirán sufriendo detrás del postigo el despotismo, la dictadura y el férreo control que ejerce el putañero. También, detrás del postigo, se echarán un rezo para que su vástago no le suceda en el cargo ni se fije en ninguna moza del lugar, ¡Chiquita pieza el nota!

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