Las eras de El Tablero. Pedro Fernández Arcila

Es muy difícil resumir en pocas líneas las emociones y los sentimientos placenteros vividos durante los tres días que duró el festival. La danza, la música y los cuentos se combinaron con las aportaciones de los estudiosos y los investigadores que, ante un público entusiasta, hablaron y le dieron vida al Camino de Candelaria, al Viento, a Amaro Pargo y a los restos aborígenes que están tan presentes en los barrancos y cuevas recónditas como en el alma de muchos jóvenes de ese bello pueblo.

El telón de fondo de este espacio para el arte fueron los paisajes de Jagua, Birmagen, Taravela, las huertas plantadas de lechugas, calabazas y papas, y también, como un manto verde, los montes de La Esperanza y Machado. Y el escenario donde se desarrollaron la mayor parte de las actividades fueron las piedras armoniosamente incrustadas de las eras de Marina Reyes y de los Trujillo.

El primer día estuvo Fabiola Socas, y su voz fue más bella que nunca cuando habló de la necesidad de rescatar nuestras raíces, nuestras tradiciones, nuestra identidad. Sus palabras recordaron el trabajo que está realizando el equipo que investiga la música tradicional de Icod de los Trigos. La virtud de Fabiola Socas es que desprende sencillez y tesón pero, sobre todo, nos hace sentirnos más humanos. Sus palabras se unieron con los primeros compases de Los Alzados, que nos invitaban a sellar una alianza con nuestro rico patrimonio cultural.
Disfrutamos del performance que realizaron jóvenes bailarinas que danzaron en una era o en una huerta sembrada, trasformando un acto reivindicativo en cultura. Porque no podemos olvidar que sobre El Tablero crecen las amenazas de planes urbanísticos y territoriales que intentan convertirlo en una ciudad sin identidad, con urbanizaciones, autopista, polígono industrial y actividades mineras. Por eso mientras disfrutaba del espectáculo de las bailarinas me imaginé que en realidad el acto era un bello aquelarre de tintes ecológicos, y la danza intentaba romper el maleficio que suponían para este orgulloso pueblo unos trazos sobre unos planos urbanísticos que habían lanzado unos desalmados señores de chaqueta y corbata.

Hace treinta años un grupo de jóvenes del pueblo construyeron el centro cultural Tamaragua, conscientes de que la cultura era el mejor antídoto contra la estupidez humana. Bloque tras bloque y acto tras acto fueron creando un sólido edificio que ha crecido y que se ha ido consolidando, a pesar de las adversidades. Hoy, aquellos jóvenes que ahora peinan canas deben sentirse orgullosos porque su esfuerzo no ha sido en balde. El Festival de las Eras de El Tablero es una semilla que plantaron hace muchos años, cuando vieron que la estupidez humana quería rodearles con planes urbanísticos.

* Concejal de Sí se puede en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife

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