Partidos – empresas. Damián Marrero Real

Si el objetivo de una empresa es ganar cuotas de mercado y obtener pingües beneficios entre sus accionistas o propietarios el de los grandes partidos no es otro. El mercado de estos partidos son las distintas cuotas de poder que se reparten en las distintas administraciones y los beneficios, obviamente, residen en las oportunidades de control político y económico que eso supone. En el camino, las cuestiones ideológicas (perdón por la palabra) se han ido difuminado hasta convertirse en cuestiones prácticamente residuales. Al igual que cualquier empresa que pretenda ser “competitiva” estos partidos son jerárquicos y piramidales. Terminan convirtiéndose en aparatos al servicio de las carreras políticas de una élite que controla ferreamente las riendas de ese entramado (¿se ha fijado que son los mismos políticos los que se presentan elección tras elección?, ¿no le suena de algo la cara retocada por el fotoshop que cuelga de nuevo en la farola frente a su casa?). El militante, cual soldado raso, está para obedecer, agitar la banderita y ejercer de palmero cuando toque. A cambio, puede tener la esperanza de que en algún momento también a él le toque alguna migaja en el reparto de compensaciones y dividendos. Esta matriz antidemocrática es convenientemente enmascarada por estrategias propagandísticas y muchas dosis de telegenia. La política termina siendo un lamentable ejercicio de continua demagogia y vacuidad insultante.

Dicho esto, lo que resulta verdaderamente sorprendente es que una gran parte de la ciudadanía siga entrando una y otra vez en el juego de este mercadeo, en este zoco donde todo vale y todo tiene un precio. ¿No hay sobradas razones, a estas alturas del partido y con esta estafa en forma de crisis de por medio, para mandar a paseo a estos partidos que se han repartido el poder en los últimos años, tanto en Canarias como en el resto del Estado? Está claro que los millones de euros que solo pueden permitirse estas máquinas de ocupación del poder en campañas electorales obran prodigios. Hasta el punto de que el personal sea capaz de votar a quienes en realidad tienen como objetivo último acabar con las condiciones de bienestar social de sus propios votantes. ¡Vivir para ver! Hay por tanto sobradas razones para darles un portazo a estos partidos-empresa y optar de una vez por otras alternativas políticas. La cosa está tan mal -dicen- que no sería mala idea abrirse a opciones completamente nuevas. Sobre todo, si éstas apuestan por una idea clara: la economía está al servicio de las personas y si hay que rescatar a alguien mejor hacerlo con quien hayan arrojado a la calle que a un banco que quiere mantener el nivel de reparto de primas entre su consejo de administración (tener el yate amarrado en el puerto cuesta un pastón, oiga).

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