Polka Frutera. Paco Déniz

La ley de cadena alimentaria se ha inspirado en aquella legendaria canción de Los Sabandeños: ‘Polka Frutera’. Sobre todo, en su personaje principal. ¿Se acuerdan? El intermediario.

Sí, aquel que iba llevándose los productos de nuestros agricultores y ganaderos por muy poco dinero, siempre por debajo de lo que costó producirlos, y luego … ya si eso le pagarían algo. Cosa que rara vez sucedía y explicaba por qué a nuestros abuelos solo les alcanzaba para el plato de comida y poco más. Nunca les salían las cuentas. Era imposible la acumulación de capital, más que sea para mandar a los hijos al instituto o a la universidad. Aquel gangocherismo ha sido defenestrado y perfeccionado por las multinacionales de la alimentación, hasta el punto, por todos conocido, de la imposibilidad de vivir de una renta agraria en condiciones. Únicamente las grandes explotaciones concentradas a escala planetaria viven y deciden, no solo el itinerario de las ayudas, sino lo que tenemos que comer. De hecho, vivir del campo en las islas con nuestro sistema tradicional parece que no puede ser. No en vano, la aportación del sector primario al PIB apenas llega al 1’4. Esa es una explicación, pero hay más. No todos los eslabones de la cadena alimentaria consiguen valor. Por eso, la ley de cadena alimentaria pretende poner un poco de orden en semejante ristra de despropósitos de manera que el eslabón principal, quien trabaja la tierra, también adquiera valor.

Hay dos aspectos de esta ley que, de aplicarse de forma efectiva, podrían situarnos en la vereda de alcanzar algunos objetivos como dignificar las rentas agrarias. Se propone que el productor nunca pierda dinero, es decir, que cualquier venta siempre sitúe el precio mínimo por encima del coste de producción. A algunas de las grandes cadenas de supermercados se les va a cortar la digestión, pero no hay vuelta atrás. Además, la ley establece que siempre tenga que haber un contrato por escrito. Fíjate tú, ¡jodidos comunistas!, ¡las pretensiones que tienen! Y es que hasta ahora, sobre todo en las compras a pequeños agricultores, la famosa palabra, ha resultado ser una trampa y un abuso. Al final las cuentas no salen. A los Horcon Boys tampoco. Como no le salía a Maruca en la profunda Maxorata, cuando le compraban los quesos a 300 pesetas y los vendías a 800. Pierde el productor y pierde el consumidor. Pero nuestro gangochero es ya extinto, ahora, arrogantes y engominados traficantes de alimentos velan por el gordo beneficio de multinacionales de la alimentación. Profundamente insolidarias y abusadoras, lo reducen todo a la presentación de neón y al margen de beneficios que aprenden en algunos cursos exprés.

Salvando algunas excepcionalidades lógicas que la propia ley ya contempla, por ejemplo el hecho de que la entrega de los socios a las cooperativas no se considere venta, y que sea en el siguiente paso la que lleve dicha consideración, en lo que insiste mucho el texto es en que cualquier transacción esté clara y que conste. De ahí que la venta a pérdidas o a resultas queden bastante cuestionadas, pues ahí está la respuesta cuando nos preguntamos por qué está el campo abandonado. Si la Polka frutera de Los Sabandeños daba coraje, había una canción aún más triste, la que cantaban Los Granjeros de montaña Cardones y decía: “Nunca tengo luna, ni tengo sol/ Mi ojos solo miran la tierra y el azadón / Dice la tierra por qué los frutos de mi sudor/ nunca se ven, que se los llevan este o aquél. Dicen que por qué no sé/ de qué color es el cielo/ cómo lo voy a saber, si desde el amanecer/ lo paso cavando el suelo”.

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